miércoles, 27 de junio de 2012

ARTE
ARTE Y VOCACION
Un interesante articulo sobre la vocación de esta religiosa. La vocación a la santidad como monja de clausura -y entre otras cosas- a través de la pintura.


Isabel Guerra, monja cisterciense: la pintora de la luz
Tu rostro buscaré

No es frecuente que una monja de clausura alcance una notoriedad pública tan acusada como la de sor Isabel Guerra, religiosa cisterciense del monasterio de Santa Lucía, en Zaragoza, y pintora de renombre. La luminosidad de sus cuadros ha hecho que se la conozca como la pintora de la luz; recientemente, ha publicado El libro de la paz interior (ed. Styria), una colección de reflexiones y meditaciones, entre cuyas páginas ha incluido numerosas reproducciones de sus pinturas.

"Entrego aquí nada más allá que hojas sueltas de mis ratos de oración. Este libro recoge mis pinturas y mis pensamientos, reflejados en forma de oración serena. La conjunción de ambos pretenden acercarnos a la Belleza y a la Luz. La oración es el agradecimiento a ese amor que Él nos da»: son palabras del prólogo de El libro de la paz interior, de sor Isabel Guerra, madrileña de origen y religiosa del monasterio cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza. Desde muy joven se sintió atraída por la pintura; visitaba con frecuencia el Museo del Prado y comenzó a pintar de forma autodidacta. Al mismo tiempo, y con la misma intensidad, se veía impulsada hacia una vocación a la vida consagrada. Así, a los 23 años, ingresó en el monasterio. Ella misma afirma: «Yo era una pintora profesional cuando entré en el convento. Lo hice pensando que debía abandonar la pintura, pero me dijeron que no, que mi trabajo aquí dentro sería pintar, que eso es positivo para el hombre de hoy. Se trata de una vida compatible; san Benito ya escribió sobre la función de los artistas de los monasterios. Nuestra vida aquí es una liturgia, de la mañana a la noche. Traemos un mensaje nuevo: la paz y serenidad de la vida monástica, en búsqueda del infinito, en fraternidad».
Los cuadros de sor Isabel Guerra se caracterizan por un sereno juego de claroscuros, una luminosidad atrapada en los pliegues de un vestido, en los cristales de una ventana, en las hojas de una planta o en los objetos más sencillos de la vida cotidiana. Su finalidad, según sor Isabel, es «ofrecer un menaje nuevo al hombre de hoy, tan torturado por tantas cosas, angustiado con tantas prisas, deseando lo que no tiene y despreciando lo que ya posee. La luz que hay en mis cuadros es una posibilidad de expresión para el hombre de hoy, que vive en medio de tanta oscuridad». Sus pinturas no suelen abordar una temática específicamente religiosa, pero –según su autora– «son, de alguna manera, religiosos. En ellos está presente la Belleza, que es Dios, bondad y amor. Él es la Belleza. Él está ya salvando el mundo. En este caos hay una mano salvadora que es la suya».
El estilo de sor Isabel Guerra, pegado a la realidad pero, al mismo tiempo, desvelando la luz y la belleza que hay en ella, descubre una mirada que no está encerrada en sí misma, ni tampoco en la mera expresión técnica de la obra artística. Sus cuadros reflejan la paz, el sosiego, la vida. Si todo hombre es, por el mero hecho de serlo, religioso –en el sentido de estar empeñado en la búsqueda de una realidad mayor a la que ligarse–, entonces todo artista también lo es. La obra de sor Isabel Guerra es buena muestra de ello.